En este país llevamos ya demasiados meses y, lo que es peor, trimestres, que es como cuentan el tiempo los economistas que todavía se atreven a hacerlo, sufriendo un estado de las cosas no precisamente positivo. La crisis ya es algo que nos acompaña sin más, tan presente como el sol en el cielo, un vecino en el rellano de casa o cualquier otro elemento cotidiano… Tanto es así que algunos días si se te ocurre conducir escuchando la radio o bien has cometido el error de hojear el diario mientras te tomaste el café con leche matutino la reacción humana más lógica consiste en dejarlo todo y salir corriendo.
¡El paro! ¡Más paro! ¡Deshaucios!¡Gente en la calle sin pisos y bancos llenos de pisos sin gente que quieren nuestro dinero! Y encima no faltan casos de grandes mangantes que atesoran millones de euros con la misma facilidad con que los simples ciudadanos únicamente atesoramos recibos para pagar cuando llega el fin de mes… Y es que muchos días si se te ocurre escuchar una tertulia radiofónica de actualidad política se te hiela el ánimo convencido que este país ya no sirve ni para que lo rescaten. Hace pocos días, quien esto os escribe andaba al volante sumido en ese tipo de pesimistas reflexiones, tras haber padecido una ración matutina de tertulianos radiofónicos convertidos en auténticos voceros paniaguados del apocalipsis. Afortunadamente los disgustos raramente bastaron para quitarme el apetito de modo que decidí detenerme en uno de esos restaurantes de carretera de toda la vida donde se sigue comiendo razonablemente bien a cambio de una tarifa igualmente razonable en medio de los Monegros.
Sentado de espaldas a la televisión, no quería darle la oportunidad al telediario para fastidiarme el almuerzo, empiezas a dar cuenta del plato… Te fijas en lo que hay a tu alrededor y ves que quedan pocas sillas vacías en el comedor. Son las dos, la mayoría de los comensales forman parte de esta familia, la de los profesionales de la ruta… Uno por mesa, salvo un par de mesas con tres y cuatro ocupantes donde coinciden compañeros de trabajo. La verdad es que algunos afortunados todavía nos hemos reunido allí, trabajamos y nos llega para comer… Está visto que al propietario del restaurante el telediario tampoco le va a fastidiar el día. La televisión sigue allí en marcha pero el sonido al mínimo convierte a los anunciadores de recortes en inofensivas marionetas. En lugar de los malos agüeros el salón se inunda con el sonido característico de villancicos navideños a todo volumen. Lo cierto es que la combinación de estridencia navideña y un salón repleto de hombres solitarios con rostro sombrío resulta cuando menos curiosa. Pero allí, saboreando la comida, escuchando los villancicos que tenían la virtud de enmudecer las noticias sobre la crisis, te fijas en que pese a todo todavía hay gente dando el callo y sacando sus vidas adelante. Lo cierto es que viendo a través de la ventana tras la barra del bar la lista de precios del combustible en la gasolinera no deja de ser un auténtico milagro navideño que tantos transportistas sigan adelante. No es un cuento de navidad, no esto también forma parte de la realidad. No suele salir en las tertulias de los anunciadores profesionales del desastre, pero forma parte de la salida de esta puñetera crisis. Una salida de la crisis que todavía se adivina endemoniadamente lejos, pero que cada vez está más cerca. Seguro. Nuestro deseo para 2013 es que encontremos dicha salida más pronto que tarde y, sobretodo, que el máximo número de todos vosotros lo vea trabajando. Sería una buena señal y de paso ayudaría.